¡Ponte el cubre bocas! ¡idiota!
¿Qué está pasando? Un virus nos está matando, las cifras de decesos aumentan de manera alarmante, la ansiedad, estrés y demás males psicológicos nos consumen en nuestras trincheras, el home office no es tan cómodo como pensábamos, la economía se desmorona a pasos agigantados y lo que es peor ¡no podemos salir a divertirnos! y aun así hay gente que se aferra a no cumplir con las medidas de sanidad necesarias para salir de este problema ¿a caso no les importa? ¿tanta es su ignorancia? ¡¿son idiotas o qué?! Y como buenos críticos, nuestra mirada se posa sobre lugares como Iztapalapa, Tláhuac, San Bernabé, etc., etc., lugares habitados por las llamadas poblaciones vulnerables, lugares gobernados por la inseguridad, pobreza, consumo excesivo de drogas, falta de recursos de primer mundo, marginalidad, niveles bajos de escolaridad, desigualdad social y demás desgracias.
Nuestras críticas son fuertes, y las burlas peores. No podemos perdonar su falta de responsabilidad y empatía hacia los que sí guardamos la cuarentena y usamos cubre bocas, como si fuéramos superiores. Pero alguna vez se han preguntado ¿por qué ellos tendrían que sentir empatía hacia nosotros que sí guardamos la cuarentena y usamos cubre bocas? ¿qué los obliga a cuidar de nuestra salud? ¿QUÉ NOS DEBEN A NOSOTROS?
En nuestra pequeña CDMX cada vez somos más, y mientras más seamos requerimos de más recursos, no solo materiales sino también recursos psicológicos y emocionales, y estos son adquiridos por medio de vínculos afectivos (atención, cuidado mutuo, reconocimiento, respeto, etc.). Pensemos en un pueblo de provincia, uno con no muchos habitantes. Pese a la inherencia de los problemas, podemos encontrar que hay una identidad que une a sus habitantes, incluso todos se conocen, y es bien sabido que los chismes corren como el río. Y esta identidad se construye precisamente por los vínculos afectivos. Lo que de cierta forma les permite crear soluciones para problemas de comunidad. Ahora pensemos en nuestra ciudad, por más amiguero que uno pueda ser, es imposible que se pueda generar vínculo con todos los citadinos, pero eso no importa, al final cada quien elige pertenecer al grupo social al cual se siente más cómodo e identificado y la necesidad afectiva se satisface ahí. El problema, es que mientras más gente haya es más fácil para las autoridades ignorar a las poblaciones más marginadas con la excusa de que no alcanzan los recursos y claro, a los demás ¿qué nos importa? no es nuestro problema, mientras no se metan conmigo que ellos "le echen ganas". Esto es un problema que se ha venido arrastrando desde hace mucho tiempo, el evidente clasismo que sufren las poblaciones más vulnerables; la segregación física y simbólica generada por una ideología de superioridad occidental no solo no genera vínculos, los imposibilita y los rompe. Degradamos moralmente a las personas en situación de pobreza y marginalidad. Y es que en realidad ellos no necesitan no usar cubre bocas para vivir esta situación, cualquier excusa es buena para reproducir el estigma y tratarlos como personajes de circo. Hasta compartimos artículos como "mayores afectados por
COVID tienen baja escolaridad" con la intención de hacerlos ver mal, y así cada vez buscamos más excusas para degradarlos aun más. Y es de pensarse, un virus que viajó de China afecta mayormente a quien nunca ha viajado y nunca podrá viajar a China...
Es fácil decir que en esta población se encuentran los principales focos de criminalidad y violencia, que por eso es que se le critica de manera apabullante pero no tomamos en cuenta que el abandono social es la principal causa de estos comportamientos antisociales. La falta de recursos para el bienestar social y humano empuja al sujeto a refugiarse en lo único a lo que puede aferrarse para existir, el ego, un síntoma que seguimos silenciando porque molesta, porque es incómodo y es más fácil callarlo que escucharlo. Por eso no es de extrañarse que cada que se les pide que usen el cubre bocas actúen de manera defensiva. Pero no me confundan, no estoy defendiendo los actos criminales ni estoy justificando que no se lleven a cabo las medidas de higiene necesarias para evitar la propagación del virus, mi intención es comprender un poco estos comportamientos que tanto molestan desde mi propia implicacia.
Solo pensémoslo por un momento, les estamos exigiendo solidaridad a alguien a quien hemos tenido abandonado desde su nacimiento, a alguien que coquetea con la muerte día a día, a quienes están acostumbrados a perder amigos familiares, compañeros por la misma violencia, enfermedades, vicios, que un virus es solo un riesgo más a los que ya están acostumbrados, le pedimos usar cubre bocas a alguien de quien nos burlamos solo para que nosotros podamos salir de nuevo a divertirnos.
Desde la visión de las personas con menos oportunidades nos vemos como seres a las que queremos que nos obedezcan y tal vez no están muy alejados de la realidad, así que ¿cómo van a sentir afecto por nosotros cuando nuestra única relación es de dominación? ¿por qué habrían que tener empatía con una sociedad que los ha abandonado desde el principio? ¿por qué escuchar a alguien que silencia su palabra? Tal vez para ellos la pandemia no signifique un gran cambio en sus vidas como para los demás, porque están acostumbrados a las desgracias. Y créanme que una persona (y mucho menos un grupo de personas) no introyecta ordenes para la praxis reflexiva, puede seguir los mandatos por presión social pero para generar comprensión es necesario la labor de generar vínculos afectivos.
Nuestros prejuicios de clase y alta moralidad no nos hacen mejores que los demás. Al contrario, ponen en evidencia nuestro lado humano menos evolucionado y menos inteligente.
Psicólogo: Francisco Javier Valencia Martín
Citas al: 55 16 51 02 45



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